domingo, 20 de julio de 2014

Cinco pepitas de naranja - Arthur Conan Doyle

"El año 1887 nos proporcionó una larga serie de casos interesantes en mayor o menor grado. De todos ellos conservo anotaciones. Entre éstas se encuentra una relación de la aventura de Paradol Chamber, de la Sociedad de Mendicantes, que mantenía un lujoso club en el sótano de una bodega de muebles; de los hechos relativos a la pérdida del barco británico “Sophy Andersond”; de las extrañas aventuras de Grice Paterson en la isla de Uffa; y, finalmente, del caso de envenenamiento de Camberwell. Como se recordará, en este último, Sherlock Holmes, moviendo la cuerda del reloj del muerto, pudo probar que le había dado cuerda dos horas antes, y que, por ende, el individuo se había acostado durante ese intervalo: deducción de capital importancia para el esclarecimiento del problema. Algún día podré narrar todos estos casos; pero ninguno de ellos presenta rasgos tan singulares como el que ahora entro a relatar.
Fue en los últimos días de septiembre, y las tormentas de otoño se habían dejado caer con excepcional violencia. El viento aullaba y la lluvia había azotado las ventanas durante todo el día; de modo que, aun en el corazón de Londres –esa gran obra humana – nos veíamos obligados a olvidarnos momentáneamente de la rutina diaria y reconocer la existencia de esas formidables fuerzas naturales que desafían a la humanidad a través de las rejas de su civilización, como bestias salvajes en una jaula. A medida que la noche se acercaba, la tempestad crecía en intensidad, y el viento chillaba y sollozaba en la chimenea, como un niño. Sherlock Holmes, con aire meditabundo, sentado a un lado del fuego, se ocupaba en concordar su índice de casos criminales, mientras en el lado opuesto yo leía absorto las estupendas historietas marinas de Clark Russell, hasta que los aullidos del vendaval,afuera, parecían confundirse con los del relato, y el chapoteo de la lluvia, con el bramido de las olas del mar. Mi mujer había ido a visitar a su madre, y yo, por pocos días, había vuelto a mis antiguos aposentos, en Baker Street.
– Vaya – dije –. Han tocado la campanilla. ¿Quién puede venir esta noche? Tal vez algún amigo suyo. – Con excepción de usted, no tengo ninguno – replicó –.No estimulo las visitas.
– ¿Algún cliente, entonces?
– De ser así, el caso sería serio. De otro modo, nadie saldría de su casa con este tiempo y a tales horas. Creo más probable que sea alguna amistad del ama de llaves.
Sin embargo, Sherlock Holmes se había equivocado al hacer esta conjetura, porque, dentro de poco, se oyeron pasos en el vestíbulo y golpecitos en la puerta. Extendió su largo brazo para apartar de su lado la lámpara y colocarla cerca de la silla destinada a nuestro visitante.
– ¡Adelante! El individuo que entró era joven, de veintidós años, a juzgar por su físico, cuidadosamente peinado y vestido, concierto aire de refinamiento y delicadeza en su porte. Por el paraguas chorreante y el largo impermeable empapado, se veía que había andado en medio de la furiosa tempestad para llegar hasta nosotros. Miró a su alrededor, anhelante, y,a los reflejos de la lámpara, pude ver que cara estaba páliday sus ojos tristes, como si le atormentara el peso de una gran angustia." (...)

Este cuento es uno de los 56 relatos cortos acerca de Sherlock Holmes, escrito por Arthur Conan Doyle. Este increíble detective con su inteligencia y astucia logra siempre sorprender al lector al resolver misterios de los crímenes perfectamente ideados por los villanos de los relatos. Sin duda estos cuentos nunca dejan de entretener ni de captar nuestra atención.


Por: Daniela Bontes
Fuente del relato: http://www.liceodeaplicacion.cl/documents/material-apoyo/5_pepitas_de_naranja_septimos.pdf

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